Siempre fui un buen chico

Siempre fui un buen chico. Un niño poco travieso que enfermó a los siete años y paso en cama un año. Fui un año duro sin jugar en la calle a la canicas, al escondite, al fútbol… mis juegos se reducían a lo que daba de sí la cama y al infinito universo de la lectura. Tengo muchos recuerdos de aquella época en las que salía para ir al hospital con mi madre. Los cuidados se extremaron en los años siguientes pero empecé a acudir al colegio como todos los niños de mi edad.

Descubrí tarde los juegos de aquella época en las pocas salidas a mi calle. Nunca fui bueno jugando a nada y, por eso, me dediqué a ligar con las niñas mientras los chicos jugaban al fútbol en un descampado. Mi universo era femenino y me empecé a sentir un niño mimado. Siempre fui un buen chico.

En plena adolescencia fui precoz a la hora de besar a las chicas y descubrir el esplendoroso mundo de las caricias por debajo de la falda. Fui afortunado, lo reconozco. En aquellos tiempos,  con un cambio en el sistema educativo, fui uno de los afortunados de recibir educación sexual en el colegio en octavo de E.G.B. Era poca, siempre explicada entre las risas de todos nosotros, pero fue un soplo de aire fresco en la incipiente democracia española. Siempre fui un buen chico.

El paso al instituto fue todo lo traumático que suele ser para cualquiera. Un mundo de niños que jugaban a ser adultos y de chicas que eran ya mujeres. Tuve compañeras de curso que parecían mayores de edad y nosotros no éramos más que enclenques imberbes. Parecíamos sus hermanos pequeños. Soñábamos con ellas, con sus moderados escotes, con aquello que se insinuaba pero no se mostraba, de su forma de pintarse de rojo los labios, de su cursi manera de coger los cigarrillos –eran Ducados o Celtas con filtro- y sufríamos su despectiva mirada porque éramos niñatos a su lado. Siempre fui un buen chico.

La universidad y el servicio militar se conjuraron para córtame las alas de la libertad pero forjaron al hombre que soy ahora. La mal entendida disciplina de los militares, dos años después del intento de golpe de Estado de 1981, me dolió en el alma pero se vio recompensada con la constelación de conocimientos y personajes de la Universidad Complutense de Madrid. Mañanas de uniforme de artillero y tardes de vaquero y camisas de rayas. Con 18 años me levantaba a las seis de la mañana y me enamoré de los madrugones. Acabé la mili con un puñado de amigos y experiencia y empecé a simultanear la radio en directo en una emisora de mi barrio con los conocimientos de la Facultad de Ciencias de la Información. Nunca fui arrestado en la mili y aprobé siempre todas las asignaturas de la universidad en junio. Siempre fui un buen chico.

Mi educación en Humanidades siempre fue el baluarte de mi confianza en mí mismo. El otro día escuché a Juan José Millás decir que “todo el mundo debería estudiar Humanidades porque si las estudiar sabrás qué quieres ser en la vida”. Tenía toda la razón. Mi vocación era la de periodista y sufridor. Tuve mucha suerte en mi vida laboral porque siempre estuve en el sitio exacto a la hora justa para poder desempeñar mi labor en los micrófonos pero esa suerte se tornaba en infortunio en mi vida personal. A pesar de ello, supe conjugar mi carrera, mi trabajo y mis relaciones emocionales. Siempre fui un buen chico.

Entré joven en la Administración y eso me ha granjeado muchos enemigos por envidia insana. Atendí a mi familia dándolo todo durante años sin dejar de progresar como periodista, Leía, leía mucho. Siempre he leído mucho pero nunca me dio por escribir algo que no fuese una noticia, una crónica o un artículo de opinión. Buen compañero en el trabajo, buen esposo, el mejor padre. Siempre fui un buen chico.

Creo firmemente que mi formación en Humanidades fue el único sustento en los peores momentos de mi vida con un divorcio traumático y una depresión profunda. Fui víctima de una malísima persona que hizo todo lo indecible e inimaginable para hundirme pero ahí estoy. Logré la custodia única de mis hijas y perdí muchos kilos para sacar adelante a dos adolescentes, mi hogar, mi trabajo y mi vida. Gracias a mi familia nunca arrojé la toalla y logré no naufragar en una tormenta destructora de mentiras contra mí. Dicen que el tiempo pone a cada uno en sus sitio y es verdad, los Dioses me han colocado en una nave que avanza por aguas tranquilas con el amor de esa familia mía, tan grande y tan insustituible. A pesar de todo lo que me pasó, vivo feliz porque creo, firmemente, que siempre fui un buen chico.

Ahora escribo sobre todo lo que recuerdo, lo que he vivido, lo que me han contado, lo que he escuchado, lo que he sentido… todo lo humano me nutre para escribir, más por necesidad que por placer, en estos relatos míos con falta de calidad pero sobrados de pasión. No soy un buen escritor, nunca seré más que un poeta de corazón, pero escribo para desahogar mi alma y que mi corazón no se inunde de sueños rotos, que se claven como cristales en mis entrañas… tengo paz y quiero conservarla porque nunca fui ni perfecto ni valioso pero siempre fui un buen chico.

(FcoTomásM2024)

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