“Concatenationem”
Despertó sobresaltado, como si hubiese estado viviendo una pesadilla. Estaba sudando pero estaba muerto de frío. Escuchó la alarma del despertador y abrió los ojos para descubrir que entraba un poco de luz por la rendija de la ventana. Todo habría sido un sueño.
Estuvo un rato debajo del agua caliente de la ducha porque no se encontraba con fuerzas para emprender el nuevo día. Decidió ponerse agua fría y, a pesar de los escalofríos iniciales, aguantó un par de minutos, que se le hicieron eternos. Salió mucho más despejado. Se afeitó y se tomó un café cargado para sentirse con las fuerzas suficientes para encaminarse en bicicleta hasta su empresa en un polígono industrial en las afueras de su pequeña ciudad.
El trayecto se le hizo largo, los coches le parecía que iban muy deprisa y tuvo que dar un par de giros bruscos porque creía que le arrollarían. Llegó exhausto a la empresa. Encadenó la bicicleta a una farola y entró con pocas ganas a trabajar. En su empresa de plásticos, él trabajaba en una cadena de producción de piezas de repuestos para coches. Era un trabajo mecánico en el que llegaba un momento en el que entrabas en un bucle constante y se te olvidaba pensar porque todo lo hacías de manera mecánica.
Tenían media hora para comer y él siempre se quedaba el último para calentarse la comida. No fumaba y en diez minutos estaba listo para proseguir las tres horas de la tarde. Ensimismado en su trabajo, sin conciencia de lo que pasaba alrededor, algo le hizo salir de sí mismo y mirar alrededor. Se quedó absolutamente sorprendido porque la empresa estaba vacía y él era el único que estaba trabajando. Dejó su puesto en la cadena de montaje y fue a buscar al vigilante de seguridad para preguntar qué había pasado. No estaba en su garita. Era de noche.
No tenía ni idea de qué le había ocurrido pero todo estaba oscuro, en silencio, sin nadie, no había luna ni estrellas, no cantaban los grillos ni se escuchaban los sonidos lejanos de los coches. Un silencio absoluto se había apoderado de todo. Fue a por su bicicleta y no estaba. Encadenada a la farola había una mochila de color negro. Sacó la llave del candado, abrió y miró en el interior de la mochila. Sólo había un libro titulado “Concatenationem” con aspecto de antiguo y que llevaba en la pasta de piel marrón un pentáculo dentro de un círculo. No era de leer mucho pero ojeó el libro porque dedujo que el título estaba en latín y eso le llamó la atención. Le echó un ojo por encima y vio que estaba escrito en español y había párrafos subrayados.
No supo que hacer. No podía volver a casa andando y no había nadie. Miró su teléfono móvil pero estaba apagado. Intento encenderlo y no tenía batería. Decidió meterse en la garita del vigilante porque había una linterna y podría leer algo del libro hasta que alguien se acercase. Se sentó en el suelo y encendió la luz de la linterna para ir leyendo algunos de los párrafos subrayados. Decidió empezar por el primero, que estaba en la página 13:
“No cabe mayor desgracia que pasarse la vida intentando entender a los demás sin haberse preocupado de conocerse a sí mismo”.
Aquello le dejó un poco desconcertado pero llegó a la conclusión de que, en su caso, siempre había intentado contentar a los demás y nunca se había querido. En el fondo, entendió, era el mensaje de las frases subrayadas. Le picó la curiosidad y buscó el siguiente párrafo. No tenía nada que hacer y sólo le quedaba esperar. Así que decidió leer:
“En el alma del hombre, tras lo aparente, se esconde la esencia de la vida. No se logra la inmortalidad con el culto al cuerpo sino con la dedicación continuada a los sentimientos del alma”.
Este segundo párrafo le dejó un poco fuera de juego. No era un hombre muy leído, como decían en su pueblo, y tampoco se dedicaba a hacer el Séneca en las reuniones de amigos. Aquello del alma le quedaba un poco grande. Pensó en qué sería el alma. Primero, sin esforzarse mucho, creyó que el alma era el corazón. Luego, dándole vueltas a la cabeza, llegó a la conclusión de que no eran lo mismo. El alma, pensó, sería como el espíritu que abandona el cuerpo de los que mueren. Aquello pareció dejarse satisfecho y no pensó más.
Se puso de pie en la garita y miró por los ventanales pero nada había cambiado. Nadie, nada, oscuridad y silencio, eso era todo lo que volvió a encontrarse. Se sentó de nuevo y leyó el siguiente párrafo:
“Los sueños son la representación de todo aquello que nos preocupa o anhelamos. No soñamos con logros sino con metas, no soñamos con lo que tenemos sino con lo que deseamos. Si vigilas tus sueños, serás capaz de encauzar tus virtudes a la consecución de la felicidad”.
Él, que no era mucho de soñar, pensó que aquello no iba con él. Un amigo le dijo una vez que todos soñamos pero que no todos recordamos lo que soñamos y no recordamos todo lo que soñamos. Intentó hacer memoria sobre sus sueños pero no logró gran cosa. Creía que eso de los sueños era, una tontería y que hablar de sueños era perder el tiempo porque los sueños no significan nada, son sólo sueños.
Dejó el libro de mala gana sobre el suelo y se puso de nuevo de pie para mirar al exterior. Nadie, nada, oscuridad y silencio.
Sintió un fuerte golpe y abrió los ojos. Estaba en el suelo al lado de su cama. Eran las tres de la madrugada y debía estar durmiendo de manera muy inquieta porque nunca antes se había caído. Miró por la ventana y una espléndida luna llena iluminaba la calle y brillaba en los charcos del suelo por la tormenta de la tarde anterior. Le dolía un brazo, la espalda y un lado de la cabeza por el golpe. No le dio más importancia y se dispuso a dormir hasta las siete de la mañana.
Se levantó a la hora de siempre, hizo lo de siempre, fue al trabajo como siempre y empezó a trabajar como siempre, comió en diez minutos como siempre y prosiguió su trabajo como siempre y volvió a ensimismarse con la rutina como siempre. Algo le hizo salir de sí mismo y mirar alrededor. Se quedó absolutamente sorprendido porque la empresa estaba vacía y él era el único que estaba trabajando.
(FranciscoTomásM2024)