DOMINGOS

Los domingos supuestamente son días en los que uno naufraga entre la indolencia, la diligencia y las dudas. Se dice que no hay nada comparable a la zozobra de espíritu. Supuestamente, nuestra alma no es impermeable, sino que se impregna de todo lo que nos provoca emociones. Según algunos, las mañanas dominicales son momentos de incertidumbre porque uno no sabe si salir o quedarse en casa. Por un lado, se supone que pesan las ganas de aprovechar un día festivo; por otro, los pensamientos de tener que madrugar al día siguiente; y por ambos lados, las dudas supuestamente razonables. Algunos sugieren que los domingos es mejor no tener vicios adquiridos o querencias inmaduras. Según algunos, los domingos es mejor plantearlos como un día dedicado a la improvisación…

(FcoTomásM2024)

Equilibrios en la melancolía.

La melancolía no es el filo de una imaginaria navaja en la que de un lado está la pesadumbre y del otro la euforia. La melancolía es una cuerda floja con un extremo atado a la pérdida ilusión y del otro anudada a un futuro incierto. Instalado en la melancolía me encuentro extrañamente cómodo y me fluyen las palabras con una aterradora facilidad. Palabras ignorantes, pero sinceras, que describen al detalle mis equilibrios emocionales, mis esfuerzos por no caer y mis sueños más íntimos.

Camino con miedo, adelantando un pie al otro y así sucesivamente y siempre creo que voy a precipitarme al vacío. Intento, y logro, mantenerme erguido y no mirar al profundo negro que anida debajo ni a ninguno de los extremos de la cuerda. Nunca sé si estoy cerca de uno o del otro… miró al frente sin fijar la vista en nada, en una especie de ensimismamiento bobo que no me perturba y me destensa. Me tiemblan las piernas, tanto cuando no me muevo como cuando avanzo, pero nunca retrocedo. No seré recordado por nada ni por nadie pero sueño con que alguien recordará mi indestructible capacidad para no desviarme ni un ápice de mis convicciones y, probablemente, desafiando con temeridad a ese destino que para mí marcaron los dioses. Sigo, sin pasado ni futuro, haciendo equilibrios en la melancolía.

(FcoTomásM 2024)

Un castizo

Nada hacía presagiar el desmoronamiento de su disoluta vida. El triunfo le sonreía con picardía en cada esquina y no había mujer que no fuera engalanada con un piropo castizo en cualquier barra de bar o cualquier esquina de la ciudad. Era el esperado en las fiestas, el idolatrado por los amigos y el deseado por las damas. Felipe, gato madrileño de pura cepa, recorría los garitos de Chueca y Malasaña entre nieblas de ron y aromas a maría. Las noches de los viernes y sábados noche eran su banderín de salida. Maqueado para la ocasión decía con chulería: “el hombre nunca debe perder su instinto depredador” y salía en busca de mujeres de las que no quieren compromiso, de corta duración, de muchos recursos en la cama y una despedida rápida y eterna. Su vida era elástica: corta de lunes a jueves y larga en los fines de semana.

Aquella noche le vieron pasar por la esquina de un edificio en obras, de esas de las que no nos libramos en Madrid nunca jamás. Estaba ensimismado besando con los ojos cerrados a una chica guapa pero sin nombre, avanzaba embriagado de lengua, labios y ron. Ella entre risas dio dos pasos hacía adelante para hacer como que huía. Un golpe asustó a la chica, que entreabrió los ojos y sólo pudo ver la sangre corriendo por el rostro de aquel casi desconocido. No siempre la suerte dura toda una eternidad y aquella noche el viento, quizás la fatalidad, o el destino hicieron que una de las barras de los andamios cayera directa y certeza a la nuca de aquel castizo, que devoraba la vida con la misma rapidez que un chupito de ron.

(FcoTomásM2024)

Mi mejor amigo

«Mi mejor amigo» no es una persona sino un título con el que obsequiamos la lealtad de quienes han estado a nuestro lado de manera incondicional a lo largo de nuestros años de vida. De niños tenemos un “mi mejor amigo” en un compañero de juegos infatigable al que no le importa hacerse el muerto mientras jugamos con pistolas de juguete o hacer de caballito o no llorar cuando le empujamos y le llamamos “tonto”. En la adolescencia, existe un “mi mejor amigo” que siempre está con nosotros en nuestras aventuras para descubrir el mundo que nos rodea y que se calla cuando nos ve dar el primer beso o darle una calada honda y con mucha tos a un cigarrillo. En la juventud, “mi mejor amigo” es el que nos sostiene la cabeza mientras vomitamos tras una noche de juerga y disimula ante tus padres en los días posteriores, es el que vigila que no se acerca nadie al vehículo mientras trajinamos con una chavala en el asiento de atrás de un coche viejo que nos parece el mejor lugar del mundo.
A lo largo de los años, “mi mejor amigo” va pasando de unas personas a otras dependiendo de las circunstancias de nuestras vidas pero llega un momento en el que tu vida no tiene grandes ni bruscos movimientos y ese “mi mejor amigo” se convierte, en realidad incontestable, en “mi amigo de toda la vida”. Rara vez es el niño que jugaba contigo, el que se sorprendía con tu picardía para mirar a las chicas por debajo de las escaleras, el que te advertía de que fumar es malo, el que no bebía alcohol para poder estar sereno y llevarte a casa una noche de sábado y decirle a tus padres que te había sentado mal la cena, el que se quedaba fuera de la habitación viendo la televisión mientras dabas rienda suelta a tus instintos primarios con una rubia de labios gruesos en la cama de sus padres ausentes por vacaciones, el que…
El “mi amigo de toda la vida” es alguien que no lleva toda la vida contigo y que desconoce cómo eras de niño y de joven pero que te ha servido de soporte en esos momentos amargos del despido laboral, de las broncas con tu mujer, del divorcio…. Es el que te ha secado las lágrimas cuando te has sentido el más desdichado del mundo y el más solitario y el que nunca deja de llamarte aunque tú no lo hagas, cuando pasan dos o tres días sin saber de ti.
Fueron desdibujándose el niño, el adolescente, el joven impetuoso, el buen marido y buen padre y sólo quedaron los trazos marcados a fuego en tu corazón y tu alma con las cornadas de la vida. El cuerpo cambia, cambia mucho, pero siempre quedará la mirada inquieta de la niñez, la boca entreabierta ante el primer desnudo del sexo contrario, la risa floja cuando bebemos y los recuerdos. Siempre he tenido un “mi mejor amigo”… algunos murieron a temprana edad, otros seguirán siendo fieles a sí mismos en un lugar que me es desconocido, puede que me cruce a diario con alguno mientras transito en coche por mi barrio de la infancia, pero no olvido a ninguno de ellos. Ahora tengo algunos “mi amigo de toda la vida” que han estado en los momentos más desdichados de mi vida escuchando mis desgracias, como si de un poema homérico se tratase, y mis lamentos, hirientes y desgarrados al igual que unos versos lorquianos. Ahora tan sólo me pregunto: ¿Fui el “mi mejor amigo” de alguien? ¿Soy el “mi amigo de toda la vida” de alguna persona? A esto no puedo responderme y probablemente nadie lo puede hacer…

(FcoTomásM2024)

Navegando

Decidí navegar cuando no había viento y la espera se tornó cruel. El sol castiga la piel del marinero cuando su vela no se hincha y queda a merced de la Fortuna. Caí dormido sobre mis rodillas y una suave marea que movía mi barco me despertó. Al abrir los ojos, el viento fuerte y cálido desplegó la vela. Comencé a remar con ímpetu, casi desesperado, perdiendo la calma necesaria para dirigir el barco. Un delfín me acompañó al inicio de mi viaje y la luna plateada reveló una costa escarpada de rocas oscuras y sombríos presagios.

Nunca sé hacia dónde me dirijo ni qué tierras desconocidas encontraré, pero nunca dejo de navegar.

(FcoTomásM2024)

Abriles…

«La llovizna siempre me empapa el alma. Las aceras están mojadas en la gran ciudad, los pájaros vuelan bajo, las luces de los autobuses se me aparecen borrosas tras los empañados cristales de mis gafas, todos caminan deprisa mirando al suelo y el Sol no se atreve a asomarse hasta que se marchen las nubes grises. No hay mejor sensación que ésta para quien vive instalado en la nostalgia como refugio de las tormentas pasadas. Soy feliz sumergido en mis emociones y mi corazón se pone en marcha cuando las gotas de lluvia caen, casi imperceptibles, en casi todos los rincones de mi Madrid.

Últimamente escribo mucho menos. Tengo la sensación de que se agotó el torbellino de vivencias acumuladas durante casi sesenta años. Nunca me siento a escribir sin saber qué y esperando a que llegue un soplido de inspiración porque no me gusta sentirme esclavo de las obligaciones sino libre en mis decisiones cotidianas.

Abril va echando el telón. Mayo espera en los camerinos y se maquilla de colorete para salir a escena y enfrentarse al exigente público de la Villa y Corte. Los meses se marchan sin decir adiós porque saben que volverán en once meses pero siempre nos quedará la incertidumbre de si será el último mes de abril de nuestras vidas».

(FcoTomásM2024)

POR SI ME MARCHO MAÑANA

Por si me marcho mañana, me he levantado temprano para ducharme con el rocío del amanecer y sentirme afortunado de ver salir el sol. Por si me marcho mañana, he regado las flores del jardín y podado cuidadosamente los rosales para ofrecerte un precioso ramo digno de ti.

Por si me marcho mañana, me he puesto mi mejor traje y he perfumado mi cuerpo con la esencia de tu amor.

Por si me marcho mañana, te he escrito un poema que dejo sobre tu mesita de noche con la intención de ser el mejor presente que puedo ofrecerte. Por si marcho mañana, me he despedido de mis amigos con unas cartas que eché en el buzón de correos en las que les digo lo mucho que les quiero y lo que les echaré de menos.

Por si me marcho mañana, he escrito la contraseña de mi cuentas en redes sociales para que puedas cerrarla ya que no podré contestar a mis amigos. Por si me marcho mañana, he puesto en una pequeña maleta muy poca ropa, ningún pijama porque no puedo dormir sin ti, mi espejo para ver como envejezco, el libro que escribí para ti, una fotografía antigua con mi familia completa, una pequeña libreta y un lápiz para poder escribir.

Por si me marcho mañana, no he dejado de sonreír todo el día y he degustado un café muy cargado, como a mí me gusta, junto a los dulces que me regaló mi mamá.

Por si me marcho mañana, he escuchado mi música favorita mientras miraba un álbum de fotos con el repaso de mi vida.

Por si me marcho mañana, quiero pedirte que repitas cada atardecer mi nombre en voz baja porque yo te oiré allí donde esté y pronunciaré el tuyo con los ojos lagrimosos y un puchero en mi rostro.

Por si me marcho mañana, te pido que sepas que siempre te amé con pasión y que cada vez que dije un te quiero me brotó del corazón con la misma delicadeza con la que la mariposa sale de su hogar de seda para empezar a volar cumpliendo su sueño.

Por si me marcho mañana, te dejo una vela y unas cerillas para que combatas ese miedo de cada noche antes de irte a dormir.

Por si me marcho mañana, te pido que guardes mi palabras de amor en una cajita de plata para poder destaparla y que se escape alguna cuando me eches de menos.

Por si me marcho mañana, he repasado mi vida mirando el horizonte para encontrarme con mis fantasmas, mis fobias y mis sueños… creo que he perdido el miedo a la soledad y deseo irme a una playa de agua cristalina y arena fina que me invite a llegar a ella con mi barquita para quedarme allí pescando sueños con las redes hechas con todos versos de mi amor por la vida. Todo eso he hecho con el cariño con el que un padre cuida a sus hijos y con la ilusión con la que uno da su primer beso de amor… por si me marcho mañana.

(FcoTomásM2024)

RAFAELILLO, LE LLAMABAN.

Rafaelillo, le llamaban. Desde pequeño fue un poco trasto y estaba metido en todos los jaleos. Era delgado, con la piel morena, los ojos pequeños y juntos, una nariz aguileña y una boca pequeña que, sin embargo, albergaba una voz ronca y abrupta. Trabajaba desde muy temprano en una pastelería y viajaba en transporte público. Llegaba a casa a media tarde, comía, cenaba y se iba a dormir todos los días de la semana, menos la jornada de descanso. Esa era su vida diaria.

Era un un millennial, sin fortuna, sin ambiciones, sin planteamientos de futuro, aferrado al móvil y a la consola, descontento de todo e incrédulo ante cualquier proposición. Había estudiado, sin suerte, dos cursos de Historia, pero acabó aprendiendo el oficio de su padre para poder pagarse la mandanga diaria y la birra de los fines de semana.

Un día presenció un altercado entre un chico en bicicleta y una señora cuando ambos chocaron para empezar a subir por las escaleras automáticas en la estación de Cercanías de Atocha Renfe. El chico le dio un golpe fuerte en la pierna a la señora, y aunque ésta se quejó con razón, empezó a lanzar exabruptos y amenazas ante la pasividad del resto de los viajeros.

De pronto, como si de una conversión se tratase, empezó a creer que él era el elegido para mantener a raya los incívicos y convertirse en la salvaguardia de las buenas formas y el respeto. Todo empezó un día en que le sacudió un puñetazo a un jovenzuelo, que había empujado a un señor mayor en el tren y casi le había tirado al suelo. Otro día, al poco tiempo, se interpuso en una pelea entre dos chicos borrachos en la salida de Metro de Miguel Hernández en Vallecas. Le sacudió a cada uno un puñetazo y ambos dejaron de pegarse, se dieron un abrazo y se fueron juntos. Se encontraba muy a gusto en su papel de justiciero. Llevaba poco tiempo de defensor de la paz y la concordia y había intercedido en siete u ocho reyertas con éxito.

Una mañana de domingo, que iba a trabajar sin muchas ganas, vio a un joven mal vestido, desaliñado, sucio y agitado,  pegar un bofetón a una mujer en la parada del autobús. Se recriminó y dio un manotazo al hombre. Luego, le empujó contra la marquesina y se dispuso a ayudar a la mujer que estaba tendida en el suelo y sangrando por la nariz. Sintió una punción en el costado derecho y cayó al suelo con el tiempo justo para ver al hombre limpiarse una navaja ensangrentada en el pantalón. Así acabó su aventura aquel chico, que siempre fue un poco trasto, que se metía en todos los jaleos, que quiso ejercer de justiciero y al que llamaban, Rafaelillo.

(Fco Tomás M 2024)

LOS DÍAS IMPERTINENTES

Hay días que son más impertinentes que otros. Mucha gente cree que los lunes son, por mérito propio, los días más impertinentes de toda la semana porque suponen el primer día de trabajo y el primero en que comenzamos el largo peregrinar por madrugones, transporte público y horarios laborales. Para un grupo de supersticiosos, los martes y trece son los peores días de calendario por atraer la mala suerte y el infortunio sobre los pusilánimes. Los miércoles son los días con menos detractores porque casi pasan de puntillas por la semana. Los jueves tienen la acepción peyorativa de estar en medio de la semana. Los viernes, tan deseados por la mayoría, suponen la el comienzo del fin de semana para algunos y el tortuoso trío de días de trabajo para los que sólo pueden hacerlo por contrato durante los fines de semana. Una amplia mayoría cree que los sábados son estupendos y el mejor día de la semana pero supone una tortura para los padres responsables ante las salidas de parranda de sus hijos y la zozobra que supone esperar mirando el reloj a que entren por la puerta de casas. Casi podría decirse que hay unanimidad para considerar a los domingos los más impertinentes de la semana porque son de resaca para los que salieron, de trabajo para algunos y de tortura psicológica para los que no consiguen evitar ni eludir el darle vueltas a la cabeza con la vuelta al puesto de trabajo ante la inminente llegada del lunes.
Los días en que se cumplen años, el día del final de las vacaciones o el primer día de trabajo son días, sin nombre propio ni fecha fija, que tampoco gozan del beneplácito del ciudadano de a pie. Pero, personalmente, considero que los días más impertinentes son aquellos en que te levantas con la convicción de que todo te la va a salir mal y el paso de las horas te va confirmando tan funesta predicción y ratifica tu vaticinio. Sea como sea, los días son impertinentes o no dependiendo del color del cristal con que se mire la vida. Hoy lo veo todo de color azul griego… eso siempre convierte mi jornada en algo especial, inolvidable, irrepetible y enigmática. 

(FcoTomásM2024)

“Concatenationem”

“Concatenationem”

Despertó sobresaltado, como si hubiese estado viviendo una pesadilla. Estaba sudando pero estaba muerto de frío. Escuchó la alarma del despertador y abrió los ojos para descubrir que entraba un poco de luz por la rendija de la ventana. Todo habría sido un sueño.

Estuvo un rato debajo del agua caliente de la ducha porque no se encontraba con fuerzas para emprender el nuevo día. Decidió ponerse agua fría y, a pesar de los escalofríos iniciales, aguantó un par de minutos, que se le hicieron eternos. Salió mucho más despejado. Se afeitó y se tomó un café cargado para sentirse con las fuerzas suficientes para encaminarse en bicicleta hasta su empresa en un polígono industrial en las afueras de su pequeña ciudad.

El trayecto se le hizo largo, los coches le parecía que iban muy deprisa y tuvo que dar un par de giros bruscos porque creía que le arrollarían. Llegó exhausto a la empresa. Encadenó la bicicleta a una farola y entró con pocas ganas a trabajar. En su empresa de plásticos, él trabajaba en una cadena de producción de piezas de repuestos para coches. Era un trabajo mecánico en el que llegaba un momento en el que entrabas en un bucle constante y se te olvidaba pensar porque todo lo hacías de manera mecánica.

Tenían media hora para comer y él siempre se quedaba el último para calentarse la comida. No fumaba y en diez minutos estaba listo para proseguir las tres horas de la tarde. Ensimismado en su trabajo, sin conciencia de lo que pasaba alrededor, algo le hizo salir de sí mismo y mirar alrededor. Se quedó absolutamente sorprendido porque la empresa estaba vacía y él era el único que estaba trabajando. Dejó su puesto en la cadena de montaje y fue a buscar al vigilante de seguridad para preguntar qué había pasado. No estaba en su garita. Era de noche.

No tenía ni idea de qué le había ocurrido pero todo estaba oscuro, en silencio, sin nadie, no había luna ni estrellas, no cantaban los grillos ni se escuchaban los sonidos lejanos de los coches. Un silencio absoluto se había apoderado de todo. Fue a por su bicicleta y no estaba. Encadenada a la farola había una mochila de color negro. Sacó la llave del candado, abrió y miró en el interior de la mochila. Sólo había un libro titulado “Concatenationem” con aspecto de antiguo y que llevaba en la pasta de piel marrón un pentáculo dentro de un círculo. No era de leer mucho pero ojeó el libro porque dedujo que el título estaba en latín y eso le llamó la atención. Le echó un ojo por encima y vio que estaba escrito en español y había párrafos subrayados.

No supo que hacer. No podía volver a casa andando y no había nadie. Miró su teléfono móvil pero estaba apagado. Intento encenderlo y no tenía batería. Decidió meterse en la garita del vigilante porque había una linterna y podría leer algo del libro hasta que alguien se acercase. Se sentó en el suelo y encendió la luz de la linterna para ir leyendo algunos de los párrafos subrayados. Decidió empezar por el primero, que estaba en la página 13:

“No cabe mayor desgracia que pasarse la vida intentando entender a los demás sin haberse preocupado de conocerse a sí mismo”.

Aquello le dejó un poco desconcertado pero llegó a la conclusión de que, en su caso, siempre había intentado contentar a los demás y nunca se había querido. En el fondo, entendió, era el mensaje de las frases subrayadas. Le picó la curiosidad y buscó el siguiente párrafo. No tenía nada que hacer y sólo le quedaba esperar. Así que decidió leer:

“En el alma del hombre, tras lo aparente, se esconde la esencia de la vida. No se logra la inmortalidad con el culto al cuerpo sino con la dedicación continuada a los sentimientos del alma”.

Este segundo párrafo le dejó un poco fuera de juego. No era un hombre muy leído, como decían en su pueblo, y tampoco se dedicaba a hacer el Séneca en las reuniones de amigos. Aquello del alma le quedaba un poco grande. Pensó en qué sería el alma. Primero, sin esforzarse mucho, creyó que el alma era el corazón. Luego, dándole vueltas a la cabeza, llegó a la conclusión de que no eran lo mismo. El alma, pensó, sería como el espíritu que abandona el cuerpo de los que mueren. Aquello pareció dejarse satisfecho y no pensó más.

Se puso de pie en la garita y miró por los ventanales pero nada había cambiado. Nadie, nada, oscuridad y silencio, eso era todo lo que volvió a encontrarse. Se sentó de nuevo y leyó el siguiente párrafo:

“Los sueños son la representación de todo aquello que nos preocupa o anhelamos. No soñamos con logros sino con metas, no soñamos con lo que tenemos sino con lo que deseamos. Si vigilas tus sueños, serás capaz de encauzar tus virtudes a la consecución de la felicidad”.

Él, que no era mucho de soñar, pensó que aquello no iba con él. Un amigo le dijo una vez que todos soñamos pero que no todos recordamos lo que soñamos y no recordamos todo lo que soñamos. Intentó hacer memoria sobre sus sueños pero no logró gran cosa.  Creía que eso de los sueños era, una tontería y que hablar de sueños era perder el tiempo porque los sueños no significan nada, son sólo sueños.

Dejó el libro de mala gana sobre el suelo y se puso de nuevo de pie para mirar al exterior. Nadie, nada, oscuridad y silencio.

Sintió un fuerte golpe y abrió los ojos. Estaba en el suelo al lado de su cama. Eran las tres de la madrugada y debía estar durmiendo de manera muy inquieta porque nunca antes se había caído. Miró por la ventana y una espléndida luna llena iluminaba la calle y brillaba en los charcos del suelo por la tormenta de la tarde anterior. Le dolía un brazo, la espalda y un lado de la cabeza por el golpe. No le dio más importancia y se dispuso a dormir hasta las siete de la mañana.

Se levantó a la hora de siempre, hizo lo de siempre, fue al trabajo como siempre y empezó a trabajar como siempre, comió en diez minutos como siempre y prosiguió su trabajo como siempre y volvió a ensimismarse con la rutina como siempre. Algo le hizo salir de sí mismo y mirar alrededor. Se quedó absolutamente sorprendido porque la empresa estaba vacía y él era el único que estaba trabajando.

(FranciscoTomásM2024)